Otro Lugar del Mundo

Autor: Ioshio Hd.

Escuchando: Don Caballero

Repite solo lo que viste, dijo – Ver el temblor y no hincarse. Mi vecina cantando el One love de Bob Marley desde su recámara y otro vecino poniendo canciones de José Alfredo Jiménez mientras abre la ventana para cantar sobre lo mismo – Esa mañana salí de casa sintiendo que entraba a otro lugar del mundo – Un camino que nadie había visto dentro de esa sensación de pérdida y agallas – Ya no hay cierre de texto con una furia como esa por culpa del control sometido por la edad – “Ven el temblor y no se hincan, sacrílegos”, dice uno de los personajes de una película vieja de los polivoces que está dando la televisión  – Mi padre, cabeceando de sueño en el sillón de la sala (su sillón, su televisor, su casa) – Me recuerdo a los dieciséis años cuando le arrojé una cerveza a la cabeza y le dije que esa casa era una pocilga – Yo estaba borracho – Salí de casa sintiendo que entraba a otro lugar del mundo – Pero la sensación ligeramente se ha ido apagando – Antes las agallas comenzaban desde un teclado mecánico sonoro y tosco, como un alpinista que observa la montaña que está por escalar y comienza a segregar adrenalina – Hoy lo hago sobre un teclado con un sonido limpio y una ergonomía inspirada en la fineza; cuando el número de autocorrectores en los procesadores de textos supere el número de emociones a la hora de escribir; dejaré que el mundo me asesine mientras me rio, pero por ahora solo la seriedad me mata de vez en cuando – Una especie de modelo romántico acerca de cómo funciona el pensamiento – Escribiré con esa tensión del sepulturero que entierra al hombre más solo de la tierra, ¿entiendes? – Más solo que dios, más tenso también – Entonces salí de casa sintiendo que entraba a otro lugar del mundo; donde solía caminar tratando de abrir el cielo todas las noches para abrir las calles cada mañana (La barricada cierra las calles, pero abre el camino, como lo decían en el 68) – “Sí algunas vez escribieras algo sobre mí, no me gustaría que escribieras hasta cómo moriré” dijo mi padre – La fuerza me engaña con cada texto – Cómo olvidar la madrugada de un lunes de enero agonizando de mis intestinos que se inflaban casi al doble de su tamaño, empujando mis entrañas que parecían a punto de reventarme – Nada en mi cuerpo tenía fuerza ni para pensar en un simple mensaje… menos para escribirlo – “¿Qué estabas pensando?” me pregunta una mujer, y yo cómo le explico que lo que siento no es nada del otro mundo – La Sol/edad me había hecho pensar en si acaso no había tenido yo toda la culpa – Una nota para no dormir o llevarla conmigo hasta caer rendido – Anotada secretamente en mi libreta y fechada un lunes de enero; ¿No te suena, dudé? – Es la primera vez que la leo – Me parece una cábala bien orquestada que bastó para reconsiderar unos pequeños detalles en relación a mi padre – Ver el temblor por televisión y no hincarse – Escuchar a mi vecina cantando el one love de Bob Marley y a otro vecino poniendo canciones de José Alfredo Jiménez, cantando sobre lo mismo (¿sobre lo mismo, estás seguro?) – Un coro de mil ideas en un baile dentro de mi cabeza, como la que describían los aztecas cuando se referían al “Mitote” (del náhuatl mitotiqui 'danzante', de itotia 'bailar') – Y todo ese mitote cerebral sonorizado con el entorno y la música de Don Caballero en una idea de lo caótico que puede ser un pensamiento mientras extiende las situaciones… más solo que dios mirando la tierra y exclamando: ¡Caray!, más tenso también – Cómo explicar que el nervio en ocasiones viene de arrojar la esperanza a la hoguera y ver brotar la chispa de reflexión difícil de provocar entre las llamas de tus propios  apellidos – Tan ambiguo (pienso en ello durante la somnolencia, dios suspendido) – Observar a mi padre, mientras que yo tomaba mi café y él cabeceaba de sueño en el sillón – Esa casa en realidad nunca me había parecido una pocilga, al contrario, tomándome el café en ese momento me daba un apremiante sabor a memoria – A la infancia que siempre tiembla dentro de nosotros – A nuestros padres que se vuelven fotografía – A mi padre que para entonces ya no tomaba café, había dejado de fumar desde que estuvo a punto de morir por juntar un cigarro que cayó a sus pies mientras iba manejando para Mismaloya – Ese día era un lunes de enero y chocó contra una camioneta de redilas – Mi padre no se enteró como yo vagaba por las calles despavorido y herido hasta la conciencia buscando esa sensación de entrar a otro lugar del mundo después de eso – Él no sabe si me casé o me junté; si vivo con alguien o vivo solo, si soy homosexual o misántropo o suicida – Él solo sabe que los domingos dan películas de Cantinflas por las noches – Quién sabe si aún recordará cuando me contó una madrugada de lunes que llegó borracho a la casa: “Cuando eres joven quieres una morra y quieres invitarla a salir y comprarle chingaderas, y para eso necesitas dinero; pero como no tienes te pones a buscar un trabajo. Si bien te va a esa edad; encuentras uno que te paga una miseria. Y entonces tienes que ahorrar todo lo que puedas y después intentar la cordialidad con una vieja hasta que se te vuelve a acabar el dinero; así que sigues ahorrando más y cuando ya ahorraste medio suficiente para gastar y salir con alguien: ¡Oh sorpresa! ya eres un viejo y las morras que te gustaban, ya no te voltean ni a ver. Y entonces te queda una de dos: Meterte tu dinero por el culo o formar una familia. ¿Adivina qué hice yo?” – O cuando un día puse a secar mis calzoncillos en la regadera del baño después de bañarme y, sin esperarlo, llegó mi padre de visita a mi casa y entró a mear y desde el baño me gritó: “¡Hey!, ¿desde cuándo usas calzones de luchador?” – Y yo le respondí: “Pues desde que soy uno, a mi manera” – Esa mañana salí de casa sintiendo que entraba a otro lugar del mundo – Mi padre me acompañaba por un camino que había visto dentro de una sensación de pérdida y agallas pero dándome cuenta de todo –  Él me acompañó hasta mi trabajo, luego nos despedimos se siguió de largo hasta aquella casa donde un televisor y un sillón lo esperaban – Su sillón, su televisor, su buena casa –“Si algunas vez escribieras algo sobre mí, no me gustaría que escribieras hasta cómo moriré” – Repite solo lo que viste, dijo.