Por Ioshio Hd.
– ¿Me vas a decir que ya tienes sueño? Si apenas son las dos de la mañana.
– Ya lo sé, pero te recuerdo que ya no tenemos veintidós años.
– Mujer, en este lugar la gente se duerme a las siete de la mañana, te levantas a la una para desayunar, bañarte y dirigirte a tu trabajo; si es que tienes uno.
Para cuando se hicieron las tres de la madrugada Alicia tomó sus cosas y se encerró en el auto. Habíamos llegado a Puerto Vallarta la noche anterior y teníamos pensado pasar todo el puente del día de muertos aquí. Digo teníamos porque al parecer a ella ya no le interesaba quedarse un día más en este lugar. Dijo que haber venido desde tan lejos hasta acá le había parecido una estafa. Entonces yo solo tomé el camino de la caravana que empezaba desde el parque Hidalgo con un trago en mi mano. Si fuera un poco más sincero, aceptaría que el enojo de Alicia fue por culpa mía. Pero en ocasiones, sobre todo en esta clase de ocasiones, no me escucho a mí mismo por temor a decirme algo correcto. Y es cuando prefiero envolverme en el ambiente o también subirle a la música.
Por la noche mi corazón no lleva el ritmo que otros corazones llevan. Al parecer cada quién lleva sus propios tratamientos para llegar al equilibrio. O al caos. Con Alicia principalmente ese ritmo me llevaba a un interesante paseo de melodías cargadas de tiempos agridulces. Tiempos en los que una sola palabra podía convertir todo en fuego o en misterios. Al final era ella la que animaba las cosas diciendo:
– Vamos, todavía podemos continuar con esto un poco más.
Era la madrugada de día de muertos y el clima en Puerto Vallarta no podía estar más agradable. Todo parecía encajar en un bonito cuadro de gloria.
– Escucha esto mientras observas una larga avenida o tomas un baño de agua fría. Verás que tu cuerpo resiste todavía un poco. Quizá todavía un poco más de lo que creías resistir – me dijo alguien durante la noche mientras la caravana de disfraces pasaba por los arcos del malecón. Aunque ahora no recuerdo bien quien me lo dijo. O puede que hasta me lo haya dicho yo mismo. Regresé al auto y ahí se encontraba durmiendo Alicia en el asiento trasero.
A las cinco de la madrugada cuando por fin despertó y le pregunté que cómo se sentía – Con una extraña sensación del amor castigándome – me contestó.
Tenía razón… ya no teníamos veintidós. Al amanecer salimos de regreso al D.F.