Por Ioshio Hd.
En esta vida estamos hechos de polvo de estrellas, en la siguiente quizá de vibración y luz; dónde la música será el equivalente a hacer el amor; y las estrellas: partículas para ser feliz. – “Escúchame…” dijo ella. En realidad la había escuchado desde mucho tiempo antes; pero no sabía que responderle y eso lo tomaba como un gesto grosero que salía de mí.
A ella le gustaba leer. Leer mucho de noche, charlar mucho de día. – “Ven a transformar mi mente, en forma de una madriza”, le dije una vez; o recuerdo vagamente habérselo dicho. Lo que sí, es que lo hizo ella a su modo y cuando menos lo esperaba. – “Careces de empatía emocional”, me consta que dijo. Las intenciones de crecer con la distancia, sobre todo cuando en la sangre se llevan secuelas, cuando en el estómago se llevan secuelas, pero (y sin aparentar otro ser humano) cuando en el sentido del oído se llevan secuelas; es decir, cuando una sinfonía constante que actúa de manera envolvente y descarnada, no te deja. En alemán, a un acto así le llaman ohrwurm, que, en sentido figurado, es como un gusano de oído.
Esta vez parecía no haber salida. Ella llevaba el sentido en una masa límbica que incluía también la insensatez. Pero bueno, en realidad yo también tenía que admitir que ya estaba viejo para esperar los sueños, las ilusiones, los enigmas… las intenciones de crecer con la distancia. En el mejor de los casos me hubiera podido quedar sin las desarmonías de los contactos de la gente y acostarme tarde mientras veo una serie por Netflix. Agachado, y mirando por debajo de la cama, buscando el par de mi zapato, me doy cuenta de que ya es diciembre.
Mis palabras sólo tienen tres tonos de voz: uno iracundo, uno feliz y uno inseguro.
El primer tono no tiene nada que ver con los dos que le siguen, y el tercero es el más litigante de todos – “Al menos intenta ser feliz”, me dijo un día en una pizzería llamada Rústica, por Polanco. Y una mañana de Diciembre me levanto temprano y escucho, al abrir la ventana, un sonido parecido a un gañido determinante – “Careces de empatía emocional”, me parece que dijo. Ojalá fuera tan filosófico como un ser que atraviesa la calle creyendo que escribe un poema o se está volviendo loco (que para quien lo mire significa lo mismo) – “¿Estas pendejo, no sabes en qué país vives?”, dice un hombre que golpea con sus muletas a otro afuera del metro Tacuba – “Ven a transformar mi mente, en forma de una madriza”. Escuchando en mi cabeza una sinfonía imperiosa me doy cuenta de que ya se está terminando el año.
Llevaste el sentido en una masa límbica que incluía también la insensatez – El rostro de las canciones se parecían a una tremenda tormenta de sensibilidades – En esta vida estamos hechos de polvo de estrellas, en la siguiente quizá de vibración y luz. Literalmente estamos solos en esta tierra (y morimos solos; una vida es poca vida; sin faltarle el respeto a nadie). El mundo será breve, los sueños serán breves, pero las intenciones de seguir soñando en este mundo, quizá, sean eternas. Y ya desde mucho antes nos habíamos topado con ello, más entonces no teníamos el don de aceptarlo como tal. Las instantáneas de un solo álbum nos hace pensar que pudimos haber obtenido mucho más. Algo parecido al azul de la sinfonía más delicada y dónde la música es el equivalente a hacer el amor.
De ahí que siento que lo mejor de mis pasiones vienen de una forma solitaria y oscilante – Recordar a una mujer que podía llegar a leer tanto de noche, y charlar tanto de día; y al mismo tiempo transformar tu mente como ninguna otra persona habrías creído que podía – Al menos intenta ser… – Y las estrellas: partículas para ser feliz.