Por: Ioshio Hd.
Despierta y en el sillón había un caos íntimo.
Levantarse y bañarse, darle nuevos aires a las viejas incertidumbres, reemplazar olvidos para contar con los días que se han ido ganando. “Sólo has estado dos días en aquella ciudad, tú qué sabes de incertidumbres”, me dice de manera irrebatible. Con su mano derecha enfila un poco de polvo para darse una nueva vida. “Conoces el veneno de los dioses, querida” le digo. “El tiempo es uno de esos dioses y si sabes quién soy yo no deberías mencionármelo ahora”, me dice.
Despierta… entumecimientos que corren por el talento de tus brazos y de tus piernas, arrojados a otros cuerpos y a otras mañanas de ciudades desconocidas y revueltas por otras tormentas de dulzura.
Levantarse… Ponerse los calzoncitos, sacar la basura para que, al llegar a la esquina, el vecino te reclame que el camión ya ha pasado y que mejor te regreses con las bolsas a la casa por limpieza y por cortesía; pero tú –más el coraje que se forma en tus mejillas– se las avientas en el espacio que tiene en su patio por aljibe. Regresas y haces ejercicios matinales: sentadillas, lagartijas, abdominales y dices que nunca llegas a una figura medianamente respetable para ti o en esta vida.
Despierta… y elige el verdadero fantasma que no te deja dormir y pregúntame “¿Quién eres?”, cuando quieras saberlo en medio de la noche adivina. Y reímos a la mañana siguiente hablando de nuestros sueños, para tratar de llenar tu corazón otra vez (algún día deberías probar con ácido, amor). Los días están llenos de dolor como antes también lo estuvieron. Solo que ahora son, quizá, más profundos.
Levantarse y dar con los mismos personajes incendiarios de los vacíos. Para mí, los mismos, defectos que me han hecho perder de nuevo un par piernas. Una explicación cansada y elevada de que ya no es necesaria una nueva visita. Luego las escenas de ella parada desnuda frente al espejo mientras cambia de parecer. Con la maestría y sutileza de un ejecutor profesional que deja el rastro de su perfume flotando en medio de la habitación en una noche de Enero.
Despierta… déjame enseñarte una canción que hice con palabras de cenizas de la luna. Cuando la quemo tantas veces tratando de llegar hasta tus piernas y deslizarme hasta el mismo tiempo en el que te volviste valiente y fue tan extraño, insano o devastador. Las escenas de una familia bailando en el reflejo que produce la iridiscencia de algunos de los químicos.
Levantarse… Los gritos sin ceremonias. Los audífonos en el lugar de una de mis historias mientras mi alma está hecha un caracol por el suelo sin ganas de jugar –El juego de tus gemidos en la obscuridad– Sin luz eléctrica porque se me olvidó pagar, otra vez, el recibo. Otra vez sin guion, otra vez la tarde, otra vez en el último escalón. En cierto día de la vida la realidad vuelve a su origen y te da como algo; como un juicio en el sudor, en la sangre, en la carne… en la noticia que emana de la conciencia de los desvelos, los sonidos de la calle. La imaginación es el límite, pero la inconsciencia es el desborde.
Despierta… ¡Vamos! Es hora de hablar de que me gusta el lema que dices y que viste con el traje nuevo a todas las almas de nuestro plano. “Nos volveremos a encontrar, mi querido salvaje”, con las escenas mezcladas de belleza y realidad y hasta el honorable desenlace de lo que existió de nosotros. Irreal.
Levantarse con el narcocorrido del taller de Don Jaime que habla de un dios llamado Dinero y un demonio llamado Olvido. La ventana que me alivia. Mi vecina de arriba corriendo en tacones. Sin razón alguna, en ese momento pierdo el habla. Yo que no salgo de las fronteras de mis delirios cuando no estas conmigo. Sonidos de libertad otra vez con estrellas, con canciones; con intimidad entre nubes de arena. Levantarse para ir otra vez allá y otra vez a la normalidad de antes. Bien se disimula lo que por dentro llevas.
Esta mañana ella se fue. Despierto y en el sillón había un caos que representaba lo que llegamos a tener de íntimo.