"Cuando eres o te sientes lo suficientemente viejo o feo para no querer verte ni al espejo, se termina la vanidad –y comienzan a importarte nuevas cosas–"
Guadalupe Pámanes.
¡Vamos, amigos!
A sal sabían las sombras. Y no entendía bien por qué. Sigo en este punto tumbado viendo lo que hay afuera del mundo. Las nubes como único cobijo. El dulzor del refugio de las tormentas. La batalla de nuestros propios cuerpos saliendo por nuestros pensamientos. Con los espíritus labriegos en campos abiertos y caminos largos; a veces con las nubes como único cobijo. Y bajo estas nubes las sombras que van dejando una brecha que quizá sí, quizá no sigan otros. A sal sabían las sombras. Y no entendía bien por qué.
Con los mundos que giran alrededor del viejo sol como en una noria y que van generando nubes para protegerse de su intenso resplandor. Existe un cúmulo incalculable de circunstancias que son poco vistas en nuestro entorno. El mundo puede llegar a ser una de ellas. Una teoría y la vida otra. Aunque la vida, siempre será otra. Todo es una realidad distinta. Con los mundos que giran alrededor del viejo sol.
Un minuto de silencio. Buscando en el tiempo a la mujer más infiel con el afecto más sincero. Necesito mi piel, es cierto, pero esta también pregunta por otra piel. También es cierto que cuando los besos se dejan llevar por los cuatro vientos o, digamos, por ese camino de lo fugaz, es cuando más afecta el afecto que tuvimos. Retorna el abrazo de la chica de ballet que sobre sus pies en puntas danza con la sinfonía que encierra todos los sonidos de un pulso. Era mejor decir que no pensaba en mis bromas, que nunca le iba a decir que solía sonreír mucho mejor de lo que explicaba en mis textos, que un albur de pronto se podía convertir en motivo de silencio. Un minuto de silencio.
Afecto que afecta y se arrastra hasta al fondo de nuestra propia vida: Afect-Amé. No tenemos el nivel para medir lo infame de nuestro interior, pero sí el libre albedrío de sentir lo que queramos bajo un cúmulo incalculable de circunstancias que son poco vistas en nuestro entorno. Una realidad distinta a la tuya, a la mía, a la de muchos. Pero todos somos hechos y vistos. Tenemos las oportunidades y los fracasos. Y yo sigo en el suelo observando lo que hay afuera de este mundo y pensando en que quizá hubiera sido mejor que, cuando te despediste, hubieras dicho: “Ojalá y te mueras”, solo para saber que su despedida iba cargada de una cuántica eternidad. Ahora con tus pies de puntas danzando en un afecto que afecta y se arrastra la fondo de nuestra propia vida.
Vivir en una realidad cercana a la tuya, como los mundos que giran danzando alrededor del viejo sol. A sal sabían las sombras y no entendía bien por qué. Después de un minuto de silencio alguien más se acerca y me dice que debería pensar en que este es un buen mundo. El mundo es un arte chiquito, el arte más grande lo hace uno; le respondo. Quiero seguir… Me gusta pensar que este es otro mundo. Y lo quiero vivir ahora en una realidad muy cercana a la tuya.